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El esfuerzo de un murguero

Murgas Canarias

Les voy a contar la historia de un murguero.

Este murguero se prepara día tras días para  subir al escenario y echar los restos junto a sus compañeros de la murga. Lo lleva haciendo no se cuántos años. Hasta entonces, nunca había estado en una murga. Eso sí, antes de decidirse a formar parte de ella, mucho antes de querer encajar su vida en el compromiso que requiere ser murguero, ya había sido tocado por la banda sonora del Carnaval.

Sus primeros contactos cara a cara con las murgas fueron gracias a su amor por el Carnaval. Se tragó muchas retransmisiones de concursos, tantas como para que acabara rondándole el gusanillo. Por eso, cuando unos amigos le propusieron entrar en una murga, dijo que sí.

Pero una cosa es rozar murgas y otra muy distinta es profesarlas. Si por un segundo pensó que sólo se trataba de cantar, no pasó otro sin que se diera cuenta de que se equivocaba. Ahí se cuecen más garbanzas de lo que parece a simple vista. Como asociación cultural que es, una murga tiene directiva, estatutos, tesorero, socios; se autofinancia como puede, se toman decisiones, hay discusiones y reconciliaciones; también están los trajes, las letras, las melodías, las voces, los ensayos, el director exigiendo mejorar, los dolores de garganta, los nervios, la responsabilidad con la gente, con sus seguidores; las peleas con el Ayuntamiento, las críticas de los periodistas, los agobios de llegar a los ensayos tras el trabajo…

Y todo esto le gusta a este murguero. Lo soporta bien. Lo asimila y lo incluye en su vida como si tal cosa. En resumen, forma parte de él y lo concibe como un colectivo que lo da todo por una de las fiestas más famosas del país. Pero su esfuerzo le cuesta.

Para empezar, vive lejos del local de ensayos, por lo que en estos años ha quemado muchos kilómetros de su casa al local y del local a su casa.

De hecho, la distancia le ha ocasionado varios episodios de estrés. Por ejemplo, recuerda aquella vez que faltaban unas horas para que su murga pisara el escenario del concurso y él todavía estaba trabajando, contando los minutos para salir pitando a pintarse, disfrazarse y echarse la purpurina en la cara.
Ese sí que fue un día malo, de esos en los que se acumulan nervios en el estómago y uno no sabe qué hacer: si reír o llorar. Al menos, llegó. En el local lo esperaban algunos compañeros que lo cogieron al vuelo, lo pintaron, lo vistieron y lo enviaron vía urgente al escenario del Carnaval. Por los pelos, pero cantó.

En otras ocasiones ha habido menos suerte, y por desgracia le ha sido imposible acudir a la actuación por tener que cumplir con la obligación de su trabajo. Una faena, sin duda. Uno de esos momentos en los que nuestro murguero ha tenido que hacer de tripas corazón y esforzarse en fijar la vista y el oído en su trabajo, mientras bombeaba sangre hacia su murga, que se la jugaba frente al público.

Afortunadamente, todos estos años de concursos y ensayos, de idas y venidas, le han hecho callo y, si la crisis no se lo impide, acabará militando las filas de murgueros veteranos. De hecho, ahora mira atrás y ya puede contar alguna que otra batallita de novato, como la primera vez que subió a la tablas carnavaleras para concursar ante un recinto atestado de público.

Su estreno en el campo de batalla no lo olvidará nunca. Incluso recuerda muy bien los minutos previos a la actuación. Lo explica como si lo estuviera viendo en este instante: en cuatro filas, él y sus compañeros esperando detrás del escenario, resonando en sus oídos los últimos acordes de la murga que actúa en ese momento. Luego, los aplausos y la despedida. Después, cómo el presentador da paso a su murga, cómo se abre el escenario y cómo ascienden por la rampa hasta salir frente al público y sentir la luz de los focos calentándoles las caras. Confiesa que no podía mirar al frente. No era capaz. Ubicado en la segunda fila, cantaba con voz segura, expulsaba la tensión acumulada, pero algo le impedía fijar la vista en el público. Y así debutó. Con nervios, ilusión, tensión y pito de caña.

Este murguero asegura ser tímido. Lo afirma y reafirma sin ninguna duda. Si sube cada año a un escenario y canta cara al público se lo debe, ante todo, al apoyo de sus compañeros, con los que se mimetiza cuando actúa y así es capaz de plantar cara y sentirse colectivo.
La pertenencia a un grupo, formar parte de un equipo de trabajo por la satisfacción de hacer algo bueno sin más, es algo con lo que él se siente realizado, a gusto, como pez en el agua. Y, sobre esto, puede dar fe.

Los días de concurso su concentración está casi al 100% volcada en el Carnaval. La cuenta atrás ha comenzado y los ensayos se hacen cada vez más duros. Los meses han pasado volando desde que la murga comenzara a preparar el Carnaval en agosto pasado y, hasta ahora lleva más de 200 días memorizando letras. Le llegaron hace tiempo por correo electrónico, con sus correspondientes tonos, y se las descargó en su reproductor de música para incorporarlas a la banda sonora de su día a día.

Técnicas de respiración, cantar con un lápiz en la boca para vocalizar o con tapones en los oídos para centrarse en su propia voz son algunas de las prácticas que ha tenido que hacer este murguero en la agrupación para perfeccionar estilo.

No importa. Para él, todo es poco si de lo que se trata es de dejar el listón muy alto en el escenario carnavalero. Ni siquiera los desplazamientos al local y la vuelta a casa de madrugada le desaniman. Lo único que no lleva bien es cuando el mal tiempo le pilla de noche en plena carretera, con el pésimo estado de la calzada y la poca luz que hay a lo largo del recorrido. Según dice, el estado de esas carreteras «infernales» ya han protagonizado alguna que otra canción.

El contenido de las letras de este año ya es otra cosa, es alto secreto, tabú hasta el día del concurso. Ni a base de lágrimas o sobornos soltaría una pista. De momento, su prioridad es no coger catarro alguno. «Los resfriados y las gripes matan a media murga», dice. Así que, garganta bien tapada, nada de juergas ni bebidas frías, y mucho ensayo. Esa es la receta.

De todas formas, a este murguero no le cuesta nada ser disciplinado. Asegura no ser nada carnavalero, en el sentido de irse de farra hasta la madrugada y pasarse las fiestas de bar en bar. Prefiere disfrutar con las actuaciones de su murga, en las que pone los cinco sentidos. En cuanto a su garganta, está a buen recaudo. Eso de forzarla no le va nada. Ni siquiera cuando se trata de fútbol o de otras murgas. «Yo nunca discuto por esos temas», asegura. Aunque, nunca, nunca… tampoco es cierto.

Si se trata de poner a caldo a las murgas de otras islas, no le frena nadie. De forma educada y sin exaltarse mucho, claro, pero el enemigo es el enemigo y uno es fiel a sus colores.

En resumen, un ejemplo de murguero de los pies a la cabeza.

*Adaptación para MurgasCanarias.es del artículo «El esfuerzo de un murguero»

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